El viaje de Fueradcarta

El viaje de Fueradcarta

EQUIPAJES

Para el surrealismo es inolvidable el autor tricéfalo llamado Dalí-Lorca-Buñuel.

Sirvan estas palabras de José-Miguel Ullán, no sólo como ejemplo para ilustrar un momento histórico del arte, sino también para saber que la colaboración entre artistas es una fuente, que no ha cesado de manar, desde Altamira hasta hoy. En el arte conceptual, a partir de finales de los años 60 del pasado siglo aparecen obras de trabajo colectivo en las que los creadores, muy lejos de plantearse su trabajo como una forma de producción, hacen énfasis en hacer entenderlo más bien como un camino esencial que anule el sentido de la individualidad inherente a la obra de arte. Es de esta manera como muchos artistas, tal es el caso de Joseph Kosuth, Mel Ramsden o Ian Burn, encuentran el terreno propicio para expresarse; un lugar donde el yo prácticamente desaparece. El grupo Art & Language, creado en 1967 en el Reino Unido, surge a raíz de la revista del mismo nombre nacida el año anterior, como un diálogo de trabajo entre Michel Baldwin, Terry Atkinson, David Bainbridge y Harold Hurrell. Llegó a tener más de cincuenta miembros y es imposible tanto conocer con exactitud quienes colaboraron en cada número, como verificar las contribuciones de cada uno. Y es precisamente el editor estadounidense de la revista, el ya citado Kosuth, quien mejor enarbola la bandera contra la personalidad individual que conlleva la pintura, con la firma como elemento diferenciador.

En este sentido, la pareja formada por Marina Abramovic y Ulay, bajo el colectivo The Other (El Otro), es el caso más evidente y conocido de copartición extrema en los años setenta y ochenta. Asumieron un rol de vida como si fueran gemelos. La ósmosis, más que simbiosis, llegó a tal punto en alguna de sus perfomances, que alcanzaron el estado de inconsciencia después de haber agotado el oxígeno de los pulmones tras respirar el aire que el otro expiraba. Era como apropiarse de la vida de la otra persona y exterminarla.

Sería interminable la lista de los artistas conceptuales que han trabajado y trabajan en conjunto, pero no puedo dejar de mencionar al grupo Superflex, La Boyle Family, The Harrison Studio (Helen Mayer Harrison and Newton Harrison), y Anne y Patrick Poirier, que realizaron trabajos referentes tanto al ecologismo, al paisaje urbano o rural, e incluso a la arqueología. En España destacan el grupo ZAJ (Juan Hidalgo, Esther Ferrer y Walter Marchetti), así como Concha Jerez y José Iges, con creaciones hechas a partir de textos, música y voz.

En el campo de la pintura u otras artes, las obras al alimón de Equipo Crónica, de Andy Warhol y Jean-Michel Basquiat, Mark Rotko y el arquitecto Philip Johnson, la cantante Börjk y el multidisciplinar Mattew Barney, la fotógrafa Inge Morath y el ilustrador Saul Steinberg, el fotógrafo Philippe Halsman y Salvador Dalí, los fotógrafos Pierre et Gilles, Pere Formiguera y Joan Fontcuberta, y más recientemente, Elena Cabello y Ana Carceller que forman el dúo Cabello/Carceller.

En todos y cada uno de los casos enunciados anteriormente es básico que haya unos intereses estéticos comunes que faciliten una dinámica del trabajo. Goethe, en su novela de 1809 titulada Las afinidades electivas (Die Wahlverwandtschaften),  describe la necesidad de incorporar el Otro en el Yo. Los personajes se unen a la perfección; cada uno es parte de su complemento. Es la reivindicación del Yo a través del Otro. Sin embargo, los derroteros enfermizos en los personajes de la narración del alemán, nada tienen que ver con la feliz creación a la que llegan nuestros artistas, Patricia y José Luis.

José Luis López Moral llega a la esencia del clasicismo paisajístico desde una aplicación de iPhone, el iOS. Con este sistema operativo plasma imágenes poéticas desde la absoluta veracidad de un paisaje desierto. En sus obras, surrealidad y romanticismo brotan de la verdad desnuda. El pictorialismo se desborda en la visión del artista del siglo XXI. Su concepción del proceso artístico no es fruto de la espontaneidad ni el momento, sino de una elaboradísima creación que se inicia en la caza de la materia natural, y acaba en la abstracción de un píxel; una disciplina personalísima donde tecnología y artesanía caminan juntas, se debaten, y dan lo mejor de sí; del mismo modo que mezcla la forma natural pura con elaboradas referencias artísticas. No es pues casualidad, que las ramas de un olmo castellano se imbriquen en nuestra retina con las de un roble británico, o que el espejo de la luz sobre una laguna manchega nos evoque las riberas del Hudson. No es tanto el homenaje a Turner, Friedrich, o Cole, sino el canto conjunto, e inapelable, del entorno natural al que López Moral se une a través de los siglos y la Historia del Arte. Y lo hace a su manera y en su tiempo, con tecnología, redes sociales y conciencia ecológica de su entorno natal. El resultado es, como en los maestros que le precedieron, la sublimación de un paisaje que más que evocado, es retratado.

Las naturalezas de López Moral, invitan al paseo romántico, al silogismo filosófico, al placer melancólico de los paraísos perdidos. No engañan, aunque generen sueños; no sufren, aunque lloren en silencio el peso del olvido. La metáfora del paisaje tan evidente en él, adquiere una especialísima expresión en la metonimia, siendo capaz de desvelar la perfecta sencillez de lo pequeño: -una raíz, un ramajo- alcanzando en el resultado el magnificente protagonismo de todo un bosque de la pintura inglesa o americana del XIX.

El paso de las estaciones sobre los campos, el de los siglos sobre las piedras, o el instante fugaz de un brote recién formado, duermen inmutables, e imperecederamente bellos en sus propuestas. Y nos llegan adentro desde el lejano recuerdo de un dulce canto, quedándose para siempre en nuestros ojos, haciéndose un hueco en esos complicados mecanismos que conforman el placer estético.

Sus fotografías son forma y luz, pero sobre todo, y por encima de todo, textura. Es el reflejo fiel de la piel de las cosas y del efecto del tiempo y la vida sobre ellas; lo que conforma sus naturalezas que pudieran parecen muertas pero que, desde lo inane, encierran siempre la promesa del renacer.

Sus imágenes son amables, no por presentarse vestidas de otros ropajes sino precisamente por mostrarse en la pureza de la materia y la vida. La rudeza de lo agreste se dulcifica con esa luz tan suya que surge entre la neblina y el polvo, desde esos celajes de pergamino. Nos adentra en un sueño, propio o ajeno, que nos invita al recogimiento, y a la reflexión.

Todo se nos presenta desde el silencio contundente de esos mundos no perturbados por el hombre, a esos rincones, tan ignotos como cercanos, que no necesitan de nosotros para ser bellos.

Patricia Mateo construye desde el óleo un estilo cuya principal fuente de inspiración es el arte mismo, la Historia del Arte no sólo vista, o revisitada, sino participada desde nuestra vida cotidiana, no exenta de humor –o de ironía-, algo tal vez imprescindible para soportar los rigores del estrés de nuestra cotidianidad. Tampoco falta un punto de critica, posiblemente también necesaria para mantener en el mundo que vivimos cierta coherencia moral. Así nacen sus remakes de las grandes obras del Renacimiento, el Barroco, la Pintura Flamenca, el Clasicismo francés, o el Realismo estadounidense. Sus intervenciones son como pequeños cambios que no alteran la estética pero revolucionan la ética; un masaje al mensaje pictórico de tiempos pasados. Patricia Mateo re-nueva, más que re-hace iconos plásticos, sin pretensiones grandilocuentes. No son grandes frases las que hay en sus cuadros; a veces es suficiente con una interjección para hacernos a veces sonreír, o para conducirnos a reflexionar siempre.

En su tratamiento de la obra de los maestros de la pintura, Patricia Mateo sabe unir el respeto por el pasado y la nueva propuesta e innovación; hace compatible la fidelidad a la imagen original con el mensaje personal, y consigue una sorprendente conformidad entre las técnicas antiguas y las contemporáneas. En muchas de sus obras se separa dulcemente del icono artístico de referencia, no sólo a través de la incorporación en el diálogo de la obra de objetos cotidianos contemporáneos, sino mucho más allá, de modo que sin desacralizar la obra, nos la acerca.

En esta muestra Patricia pinta al óleo con finas veladuras -como los primitivos flamencos- sobre el papel fotográfico de José Luis, incorporando elementos, personajes, -más bien iconos- de Brueghel, Patinir, o El Bosco. Así las raíces, las ramas o los líquenes, cobran ánima proyectando un sueño surrealista de insectos imposibles, de máquinas voladoras que trascienden el tiempo y el espacio, pero nunca el Arte del que ineludiblemente son sus criaturas, sus hijos predilectos. La yuxtaposición de uno y otro mundo, el de Patricia y el de José Luis, se revelan ante el espectador como un factor de cambio que genera una lectura distinta, o más bien miles de lecturas, según la retina y el intelecto de quien lo contemple.

La intervención pictórica de Mateo trasciende épocas para traer al día de hoy magistrales detalles olvidados, átomos artísticos… eso de lo que hablaba Gilles Deleuze, de extrapolar no sólo dimensiones, sino intensidades. Es un paso de gigante en su evolución. La metonimia también funciona, y de qué manera, en el trabajo de Patricia Mateo en estas obras. La extracción e interpolación de un solo elemento o de un motivo de las obras remakeadas le convierte en icono en sí mismo, en total representación de todo el cuadro, el artista, o incluso el movimiento al que se referencia. De esta forma, basta el embudo para aludir a toda la Extracción de la piedra de la locura, ofreciendo un recorrido completo por el sueño de El Bosco; de esta manera es suficiente el vestidito blanco de los recortables o catálogos de venta por correo americanos, para traernos a los ojos toda la retórica del arte comercial de mediados del siglo pasado.

Lo de Patricia es una apuesta de voluntad artística y empeño en sí misma; la confianza en la vocación; algo muy de reconocer en un momento, como el que vivimos, especialmente difícil para cualquier artista y más aun, si ese artista es mujer.

Patricia y José Luis se conocían y admiraban sus obras recíprocamente, desde sus diferentes técnicas, estéticas y perspectivas. Podían haberse quedado en eso, pero empezaron a colaborar. A través de Fueradcarta realizan un experimento artístico, un laboratorio de ideas –como ellos dicen, hecho realidad. Con esta iniciativa buscan el fomento del coleccionismo artístico entre el gran público a través de pequeños pero cuidados álbumes y cuadernos que supone este proyecto editorial conjunto que también vende on line, adaptándose a los tiempos y las posibilidades económicas y de espacio de cientos de potenciales consumidores de arte, entendiendo por fin, al coleccionista como lo que es hoy en día.

Reincidiendo en lo exponencial, son dos personalidades, cuatro manos, y tal vez más de ocho recursos tecnológicos e intelectuales distintos, en cuya amalgama hay cabida, incluso en estos tiempos que corren, para el atrevimiento, la investigación, y la innovación.

No obstante, la improvisación o el de cualquier manera, están muy lejos de este espacio íntimo y creativo en que López Moral y Mateo conciben su obra, tanto en la forma como en el fondo. Bajo todo ello destaca el poso de los dos artistas, que como el de un buen vino; se conforman los sucesivos sedimentos que les acompañan: el de la experiencia vital, el del amor al Arte, el del talento, y el conocimiento de su profesión.

Las obras de esta muestra sirven de pescante hacia el camino a esos otros mundos, que mejor que estar en este, habitan en nuestra mente, en nuestros sueños y en nuestra memoria. Equipajes necesarios que nos conducen a una realidad metaficticia, donde todo es lo que parece, y mucho más aún.

Jesús Cámara